En el microrrelato cada palabra tiene el peso de una piedra

Por Analía Testa / La profesora de los talleres de microrrelato “Mundo mínimo” e “Intensa brevedad” conversa con una de las autoras que prefiere y que propone como lectura y punto de partida para la escritura en sus cursos, Ana María Shua.

“Yo soy Ana María Shua, y lo que pueda interesarle saber de mi biografía pública se lo dirá Internet. Como todas las personas de este mundo tengo también una biografía privada y una biografía secreta, de la que usted nunca se enterará. A veces, cuando duermo, soy tortuga y, con menos frecuencia, sigo siéndolo después de despertar durante todo un día. ‘Es una señora tan sensible’, dicen mis conocidos, y me palmean amablemente el caparazón, fingiendo no notarlo”. Así se presenta la autora en su libro Cómo escribir un microrrelato, publicado por Alba, en 2017, en España. 

¿Cómo nace un microrrelato? ¿Surge con su forma o como versión sintética de un texto más extenso? ¿En qué medida dar a leer a otros los propios relatos ayuda a ver claramente si funcionan o no? ¿Favorece al ingenio cierto entrenamiento con la escritura? Éstas y otras preguntas responde Shua, reconocida creadora de microrrelatos, cuentos y novelas.

Ella admite que por naturaleza tiende a escribir historias breves: “Tengo la sensación de que de algún modo nací sabiendo. La brevedad fue algo natural en mí”. Y agrega: “En coincidencia con Ricardo Piglia, pienso que no necesariamente con el tiempo se escribe mejor y se aprenden cosas”. Shua explica que cada texto es un desafío diferente y que no sólo no se resuelve inmediatamente, sino que no siempre sale bien. En ese sentido, interpreta, no hay un claro aprendizaje. Por eso, ella no cree que su próxima obra literaria sea mejor que las anteriores. Y cuenta que sigue muy encariñada con La sueñera, su primer libro de microrrelatos, publicado por Sudamericana en 1984. 

¿Cómo surgió ese conjunto de historias? 

En esa época yo era redactora publicitaria, lo que es una prueba más de que la brevedad era típicamente mía. Un compañero de trabajo se fue a vivir al Ecuador y yo heredé su colección de revistas El cuento, de origen mexicano, que publicaba textos de todas partes del mundo, sobre todo de América latina y tenía una sección dedicada al microrrelato, que entonces se llamaba cuento brevísimo, y organizaba un concurso permanente de ese género. A mí me gustaba mucho leer ese tipo de relatos. No notaba que hubiera nada nuevo ni extraño, para mí era un género aceptado, conocido y con muchos antecedentes en la literatura porque Borges, Bioy Casares, Blaisten, Denevi… todos ellos habían escrito cuentos brevísimo. Entonces para presentarme a ese concurso fue como por 1975 empecé a escribir mis primerísimos microrrelatos. Mi marido los leyó y me alentó a seguir. Y así surgió “La sueñera”.

¿Cuál fue su ritmo de escritura? 

Al principio yo me proponía escribir un cuento brevísimo por día. No me daba cuenta en ese momento pero era una exigencia tremenda. Entonces durante cien días cumplí. Después se me secó el pozo y ya no se me ocurrieron más. Y estuve años sin poder retomar el proyecto. Hasta que un día decidí seguir y me propuse escribir diez textos por mes. Y resultó ser una muy buena medida. Cuando empiezo un nuevo libro me desafío a lograr esa misma cantidad. Después nadie quería publicarlo porque consideraban que era un género muy poco comercial, que interesaba a poca gente… en ese momento yo estaba empezando…”

En 1980 Shua ganó el concurso de editorial Losada, con su novela Soy paciente y luego salió su primer libro de cuentos, Los días de pesca. Conoció editores y frecuentó su ambiente. “Empezaron a recibirme con un poco más de interés pero cuando veían de qué se trataba ese libro lo rechazaban. Anduve años con La sueñera rebotando en editoriales”. Hasta que luego de publicar Los amores de Laurita (1984), en Sudamericana, Marcial Souto le ofreció publicar La sueñera como parte de una colección de ciencia ficción llamada Minotauro Argentina. Una vez que Shua dio por terminado el libro, “después de modificar y alargar, en busca de buena literatura”, en la editorial no tocaron ni una línea.

A propósito de eso la autora señala que si bien muchos autores de manuales de escritura de microrrelatos recomiendan cómo resumir un texto, no siempre éste resulta mejor a mayor brevedad. “Si salió de tres páginas y así funciona bien, es un cuento de tres páginas. No tiene ningún sentido resumirlo para que se convierta en microrrelato”. Según los críticos, aclara Shua, trescientas palabras es un límite claro para reconocer este tipo de textos. Y retoma: “No creo para nada en el valor de resumir. Cuando retoco, corrijo, modifico, busco obtener determinados efectos según el texto de que se trate, pero nunca estoy tratando de acortar porque mis microrrelatos nacen más o menos así, con esa forma”. 

Fenómeno de circo

“Arrojo al aire un sustantivo redondo. Antes de que caiga, con un disparo único, certero, logro que un adjetivo lo perfore en el centro mismo. Hago malabarismos con los verbos, camino por la cuerda floja de una sintaxis riesgosa. En medio de contorsiones extremas, azoto con mi látigo las palabras hasta obligarlas a saltar por los aros de fuego de un sentido inesperado. Entonces, en toda su variedad y esplendor, con lujosa minucia de oropeles, surge el circo. El público es usted, el espectáculo es unipersonal, por favor, elogie a las fieras y no les cuenta nada a los que están esperando afuera”. En esta Introducción al circo Shua describe su entrenamiento creador. 

A propósito de ello podríamos preguntarnos ¿cómo saber si un microrrelato funciona o no como pieza de relojería? “En un microrrelato no puede haber un pequeño problema de puntuación o una palabra que no encaje del todo. En ese sentido es un poco como una poesía. Cada palabra tiene el peso de una piedra. Es muy importante elegir la palabra precisa. Cuando uno escribe una novela en ese sentido es más libre, escribe largamente y quizás no requiere ese grado de perfección mínima”. 

Shua cuenta cómo organiza su trabajo. “Cuando escribo algo que me satisface lo dejo en una carpeta, como archivo, y después cuando vuelvo a escribir lo primero que hago es mirar los textos anteriores, a veces al azar. Saco una coma, pongo un punto, cambio una palabra. Trato de que lleguen a lo que yo considero la perfección literaria. Pero no trabajo con la idea de resumir. Cada texto exige su forma”. 

¿Qué tener en cuenta respecto del uso de adjetivos? 

“Para mí no hay una regla. No tiene que haber de más ni de menos. Todo depende de cada texto porque uno puede estar escribiendo un texto paródico, cargado de adjetivos. O por el contrario uno se propone que el relato sea lo más seco posible, con un lenguaje duro, concentrado. O podemos construir un texto con un tono infantil, con adjetivos muy sencillos como grande, chico, gordo, flaco, lindo, feo… El uso de los adjetivos se define según lo que uno persiga en cada texto”. 

Leer el género, primer paso

Shua nota que “hay una especie de auge de la escritura de microrrelatos, no así de su lectura, curiosamente. Lo mismo sucede con la poesía”. Y señala, además que “el microrrelato es un género que se presta a la experimentación. Hay gente que trabaja más cerca de la poesía, otros más cerca de la anécdota, como Galeano. No es tan distinto a lo que pasa con el cuento y con la novela, que pueden jugar con distintos formatos. Un microrrelato puede tener la forma de un informe del servicio meteorológico o de instrucciones, como las de Cortázar. Cada escritor tiene que trabajar y experimentar con sus propias posibilidades. Y buscar qué estilo le es más afín. Pero lo primero es leer a los grandes del género”. Para escribir como ellos o contra ellos. O, mejor todavía, para encontrar un camino paralelo, agrega en su propio manual de escritura de microrrelatos. 

¿Qué ejercicio propondría a quienes se inician en la escritura de este género?

“Cuando los que están empezando me dicen que quieren escribir algo pero no saben bien cómo, les digo que tomen el texto de un autor muy bueno, que les encante, y usen la estructura, como si fuera el molde de una torta, y le agreguen su propio relleno. Vale para empezar. Quien hace eso va a encontrar la sorpresa de que el resultado es distinto del modelo original porque, como sabemos, en literatura la cuestión de la forma y el contenido no es tan definida. Al trabajar con su propio contenido también se va a ir modificando la forma y por ahí puede encontrarse a sí mismo”.

¿Cuál de los recursos es más desafiante de lograr: la elipsis, la concisión, el efecto sorpresa…? “Se trata de observaciones críticas que vienen después de terminado el trabajo. Cuando uno está escribiendo no lo puede pensar de esa forma. En ese momento hay que tener en mente qué es lo que se quiere contar y cuál es la mejor manera de lograrlo. Después uno va puliendo para llegar a la perfección, para convertir ese texto en el mejor posible dentro de lo que ya es”. 

¿Qué desafíos propone al lector el microrrelato?

“El papel del lector es importante porque los libros de microrrelatos no se pueden leer de una sentada. De ninguna manera aconsejo leerlos de una punta a la otra de una vez. Porque el microrrelato causa cierta fatiga intelectual. Cada uno de ellos contiene un mundo, son distintos unos de otros y requieren mucha atención. En ese sentido, un libro de microrrelatos es como un libro de poemas. Además son textos que necesitan unos segundos después de haber sido leídos para ser cabalmente comprendidos”. Y agrega: “Muchas veces me dicen que el microrrelato es el género de esta época en la que la gente no tiene mucho tiempo para leer…” La autora sugiere entonces constatar si figura algún libro de microrrelatos en las listas de best sellers de los últimos treinta años. Y como no aparece ninguno la conclusión es sencilla: “Se trata de textos desafiantes para el lector, requieren un tiempo de lectura lejano a la velocidad que caracteriza esta época”. 

Mucha gente empieza a experimentar la escritura de microrrelatos creyendo que, porque se trata de algo breve, quizás sería más sencillo de resolver que la construcción de un cuento, por ejemplo. Shua dice, sin embargo, que “se trata de un género literario muy exigente, tan exigente como cualquier otro. Puede pasar que alguien tenga un chispazo y escriba un buen microrrelato pero diferente es lograr un libro entero para el que se necesita ensayo, reescritura, edición y estar dispuesto a desechar lo que no funciona”. 

¿Confía la autora en la opinión de otros para mirar con sentido crítico los microrrelatos que dan cuerpo a un libro? “Sí, no tanto para ayudarme a ver lo que no funciona en un texto pero sí para ayudarme a ver cuáles son los que no deberían estar en el libro. Por supuesto que cuento con el apoyo de mis editores, pero hay además cinco o seis lectores cercanos en los que confío”. Y agrega: “Me desempeño en un oficio perturbador, en el sentido de que no hay ningún aparato de medición que pueda probar si los textos que escribimos son buenos o malos. Como en cualquier otra actividad artística hay que confiar y depender de la opinión de otros”. 

“Tengo una anécdota en ese sentido. Cuando estaba escribiendo Casa de geishas, mi segundo libro de microrrelatos, tenía mucho temor de que no estuviera a la altura del anterior, que era La sueñera y había sido elogiado por gente que yo admiraba mucho. A cinco personas diferentes les di los primeros treinta textos, mezclados en diferente orden. Y todos me dijeron lo mismo: son mejores los primeros diez. Habían leído el conjunto de un saque y a los primeros diez les prestaban atención, después empezaban a distraerse y no entendían bien… Por eso insisto en que hay que leer un libro de microrrelatos como si comiéramos una caja de bombones. Es decir, lo ideal es comer uno de vez en cuando porque si no, empalaga”. 

¿Cómo surgió el último libro, sobre la guerra? 

Me encantan los libros temáticos de microrrelatos. Siempre estuve a la caza de un tema que me alcance para escribir un libro. Ya lo había encontrado con el circo y cuando tuve la idea de la guerra me pareció que me iba a permitir trabajar mucho con información, algo que yo generalmente no hago”. Por otra parte, la autora señala: “Seamos realistas, con los años uno se va gastando y además, no quiero plagiarme, por eso prefiero apoyarme en la información. Eso me ayuda mucho a trabajar de manera un poco diferente, a generar otras ideas”. 

En busca de la originalidad perdida

La autora observa que sobre todo en América latina, la producción contemporánea de microrrelatos revisitó los tópicos de la literatura fantástica y los agotó. “Y cada vez que alguien cree descubrirlos en sus textos, en realidad los está repitiendo”, resume. “En ese sentido es muy interesante lo que pasa con el microrrelato en otros idiomas. Hay que leer mucho a Lydia Davis, por ejemplo. Y a otros autores cuyas búsquedas que van por otros caminos. Juegan mucho menos al ingenio y mucho más al relato típico, trabajan mucho con la realidad, sin juegos fantásticos. Construyen pequeñas historias. Por ejemplo, hay un texto que siempre cito, de Robert Hass, que se llama Una historia sobre el cuerpo. En veinte líneas el autor tiene un extraordinario planteo y desarrollo psicológico de los personajes”.

Para lograr algo similar, en su libro Shua propone escribir una autobiografía en veinte líneas, sin que importe si es ficticia o real. “Usted puede presentarse como una bailarina balinesa o como un asesino en serie, como el creador del Universo o como el clavo que sostiene un cuadro colgado en la pared. También puede presentarse con su nombre y apellido y contar su verdadera historia (a veces es precisamente esto lo más difícil). Lo único importante es que esas veinte líneas que va a escribir sean inolvidables”. El objetivo será alcanzar cierta originalidad, contar una historia de una manera en la que nunca haya sido contada. “No importa si sus lectores la olvidan tres minutos después de haberla leído: en el momento en que usted la escriba (y la reescriba, cuantas veces sea necesario), debe tratar de que sea inolvidable”. Consejos de una experta. 

Perfil

Ana María Shua nació en Buenos Aires en 1951. Cinco de sus libros abordan el microrrelato, género en el que se destaca a nivel internacional. La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Fenómenos de circo, están reunidos en un volumen titulado Todos los universos posibles, editado por Emecé en 2017. Su último libro es La guerra, publicado por el mismo sello, en 2019. La autora se ha destacado, además, por su producción de cuentos y novelas. En 2014 recibió el premio Konex de Platino y el Premio Nacional de Literatura.